Ilustración: Isabel
De escritoras ocultas y ocultadas
Una famosa frase de Virginia Woolf dice: “Durante la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer”. La escritora se refería a muchas obras que se publicaban sin firma y detrás de las que seguramente había una pluma femenina. Lo cierto es que, además de “Anónimo”, muchas escritoras a lo largo de la historia han tenido que adoptar nombres masculinos o neutros para que su trabajo pudiera ver la luz o tuviera reconocimiento. Es una historia muy vieja… pero que tiene algunos ejemplos no tan lejanos.
Colette, una “escritora fantasma”
Colette fue una escritora francesa cuya obra es hoy muy reconocida, pero sus primeros trabajos no pudieron llevar su firma. Ella escribió una serie de novelas muy taquilleras a pedido de su marido, Henry Gauthier-Villars, que se dedicaba a la producción editorial y que estaba pasando por apuros económicos. Fue él quien se llevó el éxito y los elogios por las creaciones de su mujer, que en un momento de auge le pidió para firmar juntos una de las obras y recibió una rotunda negativa. Pasarían muchos años —divorcio mediante— para que Colette pudiera reclamar la autoría de aquellos libros que en su época fueron un verdadero furor. Si te interesa esta historia, en 2018 de filmó una película que lleva el nombre de esta escritora y narra su vida.
Ser varón para tener voz o permiso
Muchas escritoras que por suerte hoy reconocemos solo pudieron ser publicadas tras firmar sus obras con nombres masculinos. Las hermanas Brönte, por ejemplo, no lograban la atención de colegas o editores hasta que adoptaron alias de varón: Charlotte firmó como Currer Bell y sus hermanas Emily y Anne siguieron el ejemplo y estamparon sus obras con los nombres Ellis y Acton Bell. Las iniciales de las tres, así, se mantuvieron fieles a su identidad.
Que no se note
Otra autora que eligió una identidad alternativa para una parte de su obra fue Louisa May Alcott, la autora del clásico Mujercitas. Ella pudo firmar esta famosísima obra con su nombre, pero luego quiso publicar unas novelas de estilo gótico, mucho más oscuras que la historia de su éxito literario, y optó por usar el seudónimo A. M. Barnard para no generar preconceptos sobre la obra en los lectores. Y el androcentrismo se ha encargado desde tiempos inmemoriales de que una firma en la que solo aparecen iniciales sea considerada masculina o, al menos, no active el prejuicio que lleva consigo el nombre de una mujer.
Un mundo no tan lejano
Hasta ahora venimos hablando de escritoras del 1800 y podrías pensar, con razón, que esto es algo que por suerte fue quedando en el pasado. Sin embargo, te puede llegar a sorprender que este fenómeno haya ocurrido con una obra que seguro conocés: nada menos que Harry Potter.
En efecto, la razón por la que los libros del joven mago están firmados por J. K. y no por Joanne Rowling es porque los editores convencieron a la hoy famosísima escritora de que una historia firmada por una mujer no iba a tener mucha llegada entre adolescentes varones, y quizás no se convertiría en el éxito de ventas que es hoy. Además de esta ocultación detrás de las siglas, Rowling firmó algunas novelas policiales con un nombre masculino porque eran de un estilo muy diferente al de las aventuras que la lanzaron a la fama.
Ilustradora: Isabel