No soy boluda
[Opinión]
Mi historia
Tenía 12 años cuando mi compañero de banco en el liceo empezó a tocarme. No era una niña tímida ni callada, era muy extrovertida y charlatana pero, sin embargo, la primera vez que puso su mano en mi vulva quedé dura, quieta, no supe qué decir. Se la intenté sacar, sin mucha firmeza, nerviosa, pero no la movió. Me acuerdo que salí al recreo muerta de vergüenza y tenía la sensación de que su mano seguía ahí.
Estaba convencida de que era mi culpa porque no era capaz de decirle nada, y por eso me daba vergüenza pedirle ayuda a alguien más grande o contarle a alguna amiga. «Van a pensar que soy una puta». Demasiado tarde: ya lo pensaba la mitad de los varones de mi clase. Él les había contado como una hazaña que me tocaba aunque yo no quisiera, y a ellos les pareció divertidísimo, digno de aplaudir.
Me acuerdo de que un día me animé a decirle “no, salí” y me dijo “yo te toco si quiero”. Ese día exploté en llanto en mi casa y le conté a mi hermana, que me convenció de que lo mejor era contarle a mi madre.
Mamá fue a hablar al liceo, donde se preocuparon mucho porque no se armara un escándalo, y por eso no lo echaron. En parte lo agradezco, porque durante el tiempo que estuvo suspendido, muchos de sus amigos se acercaron a decirme que además de puta era una alcahueta, y que el liceo no lo dejaba ir al campamento por mi culpa. Por mucho tiempo estuve de acuerdo: yo era una puta, una alcahueta y era mi culpa. Y no hablé más del tema hasta ahora.
La importancia del feminismo en mi historia
A los 15 años más o menos empecé a leer sobre feminismo, en las redes. Al principio me parecía muy fuerte la palabra y había un montón de cosas que no entendía. Las que entendí me empezaban a dar vuelta la cabeza, mi imagen de mí misma y del mundo.
El feminismo me dio mucho, pero lo que más le agradezco es todo lo que me sacó de encima. Me perdoné, me di cuenta de que no era una puta alcahueta y que nada había sido mi culpa.
Al acoso, tolerancia cero
Nuestra cultura le da lugar y hasta aplaude toda la mierda que yo viví, y la que vivo cuando me gritan en la calle, cuando me tocan el culo en un baile o me apoyan en el bondi. La diferencia es que hoy lo vivo de otra manera, hoy sé que no me lo busqué, que no es mi culpa y que no estoy sola.
Cuando me enojo por un comentario machista, me enojo porque fueron esos los conceptos que me enseñaron que yo valía poco, que no era nadie para decir que no, que tenía que respetar la voluntad del varón. Fue la cultura la que me paralizó. Y discuto porque no quiero que nos sigan enseñando a ser sumisas, porque me enferma pensar que otra mujer pueda odiarse tanto como yo me odié, o mejor dicho, como el machismo me enseñó a odiarme.
Cuando marcho, no marcho sólo para devolverle al feminismo todo lo que hizo y hace por mí, todo lo que me enseñó. Marcho porque quiero que nos vean todas las pibas del mundo, que se acerquen, que sepan que no están solas. Que aprendan que no son putas por disfrutar de su sexualidad, y que la de al lado tampoco lo es, que somos compañeras y no competencia, que se sientan dueñas de ellas mismas.
Escuché muchas veces gente diciendo que las feministas son todas resentidas, soberbias, histéricas, lesbianas, locas. Y entiendo que a la cultura le parezca loca una mujer a la que no le importa lo que piensen los demás; resentida una mujer que pide que le den lo que le corresponde; soberbia una mujer que no les da la razón; y lesbiana una mujer que no odia a las mujeres. Lo entiendo porque nací en esta cultura, pero me desespera que piensen que la cultura machista está bien.
Como dije, cuando tenía 15 años y empecé a interesarme por esto, escuchaba “feminismo” y me parecía una palabra demasiado fuerte. Hoy, escucho “feminismo” y sonrío, porque es la palabra que le da nombre al movimiento que me hizo fuerte. Y vos, ¿qué pensás cuando pensás en feminismo?